TRAICIÓN DE PEDRO

 

¡Cuántas veces, forasteros

transidos por la noche de ventisca,

al arrimarnos finalmente al fuego

de una posada, nos hallamos entre

los rostros cansados de nuestros enemigos!

Ciertamente, podríamos

alzarnos gritando; e incluso

desenvainar el cuchillo: y si por nuestro nombre

nos preguntan, quebrando la vajilla,

responder con los motes más agudos.

Pero, ¿quién saca provecho  

de tanta fatiga? No las huestes, ni el corazón

cansado con la lluvia. Mejor fingirnos amigos,

extranjeros, o simplemente cobardes: tumbados en el banco

que se oculta entre la sombra de los resplandores,

con señas responder o con monosílabos

tirando de la capa hasta cubrirnos los ojos.

 

 

EL CENTURIÓN

 

Mejor no tener prisa por saber

si uno es bueno o es malo:

tiempo hay de averiguarlo, y poco es el tiempo

de sacarle partido a la noticia.

Pero si esa duda os tortura, echad

una mano a sus perseguidores,

alentad al verdugo.

Para desenredar un enigma tan extraño

la muerte es el más seguro instrumento.

 

¡He visto morir a unos cuantos! Y un maleante

no muere así, sino gritando de miedo

como un niño; o insolente, con cara de héroe

y modos bruscos. Desesperado y a la vez

entero, tan fuerte que aún le quede paciencia,

sé que sólo muere un inocente.

 

 

 

 

OTRAS ENTREVISTAS

 

 

El carpintero

 

Quien busca

encuentra. Para ahorrar madera

en vez de clavarlo en un cuadrado,

en un triángulo isósceles, en un círculo,

se le puede poner en una cruz.

 

 

La lavandera

 

He buscado la sangre

en ese rostro lívido, marcado

en la tela.

He golpeado la trenza de la colada

en la piedra de siempre

para borrar las marcas del pus.

He recogido la cesta. Me he puesto,

aún luchando, en camino.

 

 

El cirujano

 

Hay golpes y golpes. Hay heridas de refilón

que nadie puede sanar

y hombres que mueren a los ochenta años

por navajazos de la juventud.

No hay una regla. Hay quien se salva

y se mete a cura. Hay a quien la vista

se le cansa. A veces

los cuchillos salen del corazón

con la hoja por delante.

 

 

 

El hornero

 

No pediré

consejo a diestra y manca.

Sé lo que tengo que hacer.

La cantidad de harina. No poner levadura.

Una mañana me alzaré al alba

como siempre, como ahora.

Es sólo una cuestión de espesor.

Vivo, seré

esta espada de los muertos

mirando el agua, la ceniza,

los humos de los mozos.

 

 

STABAT MATER

 

 

Madre

sentada en un corral de gallinas

más lejos que el alba del ocaso.

 

Con la forma de la cruz y la roca,

los brazos y el llanto calcinados,

tú, las sobras de las hienas y el viento,

-la capucha sobre la calavera desierta-

y qué pena mirarte, hijo mío.

 

Como mira la morera el gusano

el ánade siente la bota

el leño el hacha

y la viña al vendimiador siente

 

veo al Señor que se nutre llorando.